Tina Marie

Diario íntimo de una mujer joven ex prostituta

martes, 15 de julio de 2008

"Creeme que si..."

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Mis palabras, no únicamente lo hacían reír sino que hacían que su yema buscara mi ano con más vehemencia, abriendo sus pliegues y estacionándolo ahí por buen tiempo. Evidentemente, las ansías de adquirir cultura de mi parte disminuían dramáticamente con todo esto. En esa ocasión, mi instinto me obligó a agacharme, estirar mi cuello y plantarle un beso en su paquete genital por encima de sus pantalones. Recuerdo que en una ocasión, yo ya estando completamente desnuda, y él, totalmente vestido, sin que me lo pidiera, me hinqué en el suelo y me coloqué entre sus piernas, y le lamí el pantalón hasta dejarle una mancha oscura de humedad. En esa ocasión, cuando levanté mi vista, se cruzó con la suya, y nos sonreímos. No sabría explicar que tipo de complicidad implicaba, el que le lamiera el pantalón, hasta dejárselo húmedo y el cruzar nuestras miradas. Esta vez, como ya mencioné, fue sólo un beso en donde le sentí el bulto, algo voluminoso pero, de tamaño cómodo, normal y bastante práctico.
Afortunadamente, al poco tiempo, con el pretexto de que hacía calor, se quitó la ropa hasta quedar totalmente desnudo. Seguimos abrazados y mientras le besaba el pecho, tímidamente, llevé mi mano a su miembro, hasta que se lo sentí y lo tomé suavemente. No quise parársela, sólo se la quería sentir. Sentirla en mi mano. No pude resistir más la tentación, y fui bajando mi cabeza hasta la altura de su pene. Él lo sabía, así que no me opuso resistencia. Una vez que descendí hasta ahí, le di unos ligeros besitos y algunas leves lengüeteadas, nada más. Todavía no quería parársela por completo. Pero mi movimiento, le facilitó el acceso, y logró meter una falange completa en mi mano. Con mi consabido y esperado “¡Ay!”, que le hizo soltar una breve carcajada amable.
La tentación era grande, así que después de unas cuantas lengüeteadas y besitos, y sin que me lo pidiera, me enderecé, me desencajé su dedo de mi ano, con otro consabido “¡Ay!” de mi parte, me hinqué en el suelo y me la metí en la boca. Se la chupé muy suavecito, de nuevo no como queriéndola parar sino más que nada, para disfrutarla yo. Puse mis codos en la parte más alta de sus muslos, lo que le facilitó para, de nuevo, acariciarme las axilas. Conforme se la chupaba, sentía sus dedos recorrerme la piel de mis axilas… Muy suavemente… Con las fijas intenciones de excitarme más…
Para evitar que se le parara de más, por momentos dejaba de mamársela y le lamía los testículos. Cuando yo hacía esto, él dejaba la parte baja de mis brazos y me apretaba los hombros. Acto seguido, pensé en ya no chupársela más y me limité a lamérsela. PonchI no era de los que la traen parada todo el tiempo, ni de los que se les para con cualquier insignificancia. Así que tranquilamente podríamos ir a la recámara, para hacerlo con más comodidad. Sin embargo, cuando me levanté y le di la espalda para ir a la habitación, me tomó de las caderas, y me hizo que me empinara. Entonces me dijo que quería revisarme, “A ver si era cierto que andaba limpia, que me la acababa de lavar para él…”. Le respondí que fuéramos mejor al cuarto, que ahí podría revisarme más cómodamente “lo que quisiera”.
Nos fuimos abrazados a la recámara y, al traspasar su umbral, le tomé el pené y lo jalé hasta la cama, como si se tratara de un elefantito. Me recosté bocarriba, y abrí las piernas de par en par dándole a entender que ya podría revisar lo que quisiera.
Como cuando estás bocarriba lo único que ves es el techo y el foco, y tus propios pechos te bloquean la visón, tengo que adivinar que se hincó entre mis piernas, sentí sus manos en mis muslos abriéndolas, olió mis genitales, o los miró muy de cerca cuando menos y luego me dijo en tono de broma que era una mentirosa cuando le dije por teléfono que la traía limpia. A lo cual contesté, “Créeme que cuando llegué aquí sí andaba limpia…”




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