"Matando al oso a lancetazos..."
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Llegamos a la recámara y me empecé a quitar la ropa sin que me lo pidieran. De esa manera me pude meter rápidamente a la cama. De no haberlo hecho, de nuevo me hubieran hecho sándwich entre todos, sacando como consecuencia, más besos y manoseo, lo cual alargaría más la sesión. Aún así, cuando me metí desnuda en la cama, mientras gateaba para colocarme en el centro, sentí manos entre mis nalgas y en mi vulva. Con la mayor rapidez que pude, me recosté bocarriba.
Recostada bocarriba, con los brazos pegados a mi cabeza y las piernas abiertas, con las rodillas flexionadas, “apuntando” en direcciones opuestas y las plantas de los pies sobre la superficie, era la mejor manera de recibirlos. Ni mis brazos, ni mis piernas les estorbaban para hacer lo que quisieran. Eso lo aprendí con las experiencias previas que había tenido con ellos. Les gustaba manipularme a su antojo y, yo los dejaba sabiendo que eso coadyuvaría a acelerar las cosas.
Por le general, cuando me tocaba trabajar con los tres, V.G.T 1 y 2 me atendían los senos, mientras que V3 se enfocaba a darme cunnilingus. Si bien, a veces había alguna variante, casi siempre era igual. Esta ocasión no fue la excepción. V.G.T. 1 y 2 no se limitaban a chuparme los pezones, me lamían todo el seno hasta llegar a la axila y se pasaban al cuello, luego bajaban de nuevo hasta el punto de partida, mientras que V3 lamía con paciencia y sabiduría toda mi vulva, dándole especial atención a los labios menores, lamiéndolos individualmente, separando cada uno del conjunto de los genitales. Sin embargo, en esta ocasión, se concentró en mi clítoris, y de ahí no bajó jamás. Luego, más tarde me dijo que notó mi abundancia de humedad y que no quería “barrerla” con su lengua. Comprendí muy bien su punto.
Ya sabía lo que seguía: Uno de ellos me metía un dedo en el ano, mientras que el otro hacía lo propio en mi vagina, y el último de ellos me daba masaje circular en el clítoris. Más adelante, el que tenía su dedo en mi ano, agregaba uno más y, el que lo tenía en mi vagina, lo imitaba, hasta que terminaban “cogiéndome” con sus dedos. Y todo eso antes de la verdadera penetración. Para ese momento, mis piernas ya estarían señalando al techo, es decir, las plantas de mis pies, y mis rodillas casi estarían pegadas a mi pecho. Cada vez era igual, no así en esta ocasión. V.G.T. 1 y 2 se apoderaron de mis orificios dejando mi torso completamente libre, cuando V3 dijo en voz normal, es decir, no como queriendo ocultarme nada, ni dirigiéndose directamente a mí, que iría por... Mencionó un nombre, el cual no escuché debido a mis propios gemidos y quejidos.
No le di importancia. Cuando tienes dos dedos de un hombre en tu ano, y dos dedos de otro, en tu vagina, te es muy difícil concentrarte en las cosas que se dicen en ese momento. Tus propios gemidos bloquean tu oído y tu concentración. Y la sensación allá abajo, es como para quererte volver loca, como para querer morir de placer... Cuando volteaba para tratar de verlos, sólo alcanzaba a mirar de sus codos hacia arriba o de sus antebrazos hacia arriba. El movimiento de sus brazos asemejaba que estuvieran matando a un animal a cuchilladas... Arriba... abajo... Como lanzas...
Me recordó una frase que usan los hombres pícaramente y que la usan para invitarte a tener sexo con ellos: “Vamos a matar al oso a puñaladas”...
Así pues, tenía a dos hombres mayores de sesenta años ensartándome sus lanzas, y a un tercero que había ido a buscar a un cuarto que me era totalmente desconocido...
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Recostada bocarriba, con los brazos pegados a mi cabeza y las piernas abiertas, con las rodillas flexionadas, “apuntando” en direcciones opuestas y las plantas de los pies sobre la superficie, era la mejor manera de recibirlos. Ni mis brazos, ni mis piernas les estorbaban para hacer lo que quisieran. Eso lo aprendí con las experiencias previas que había tenido con ellos. Les gustaba manipularme a su antojo y, yo los dejaba sabiendo que eso coadyuvaría a acelerar las cosas.
Por le general, cuando me tocaba trabajar con los tres, V.G.T 1 y 2 me atendían los senos, mientras que V3 se enfocaba a darme cunnilingus. Si bien, a veces había alguna variante, casi siempre era igual. Esta ocasión no fue la excepción. V.G.T. 1 y 2 no se limitaban a chuparme los pezones, me lamían todo el seno hasta llegar a la axila y se pasaban al cuello, luego bajaban de nuevo hasta el punto de partida, mientras que V3 lamía con paciencia y sabiduría toda mi vulva, dándole especial atención a los labios menores, lamiéndolos individualmente, separando cada uno del conjunto de los genitales. Sin embargo, en esta ocasión, se concentró en mi clítoris, y de ahí no bajó jamás. Luego, más tarde me dijo que notó mi abundancia de humedad y que no quería “barrerla” con su lengua. Comprendí muy bien su punto.
Ya sabía lo que seguía: Uno de ellos me metía un dedo en el ano, mientras que el otro hacía lo propio en mi vagina, y el último de ellos me daba masaje circular en el clítoris. Más adelante, el que tenía su dedo en mi ano, agregaba uno más y, el que lo tenía en mi vagina, lo imitaba, hasta que terminaban “cogiéndome” con sus dedos. Y todo eso antes de la verdadera penetración. Para ese momento, mis piernas ya estarían señalando al techo, es decir, las plantas de mis pies, y mis rodillas casi estarían pegadas a mi pecho. Cada vez era igual, no así en esta ocasión. V.G.T. 1 y 2 se apoderaron de mis orificios dejando mi torso completamente libre, cuando V3 dijo en voz normal, es decir, no como queriendo ocultarme nada, ni dirigiéndose directamente a mí, que iría por... Mencionó un nombre, el cual no escuché debido a mis propios gemidos y quejidos.
No le di importancia. Cuando tienes dos dedos de un hombre en tu ano, y dos dedos de otro, en tu vagina, te es muy difícil concentrarte en las cosas que se dicen en ese momento. Tus propios gemidos bloquean tu oído y tu concentración. Y la sensación allá abajo, es como para quererte volver loca, como para querer morir de placer... Cuando volteaba para tratar de verlos, sólo alcanzaba a mirar de sus codos hacia arriba o de sus antebrazos hacia arriba. El movimiento de sus brazos asemejaba que estuvieran matando a un animal a cuchilladas... Arriba... abajo... Como lanzas...
Me recordó una frase que usan los hombres pícaramente y que la usan para invitarte a tener sexo con ellos: “Vamos a matar al oso a puñaladas”...
Así pues, tenía a dos hombres mayores de sesenta años ensartándome sus lanzas, y a un tercero que había ido a buscar a un cuarto que me era totalmente desconocido...
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