Este segundo chico siguió moviendo su cadera tan atrás como podía para después empujarla hacia adelante buscando causarme el mayor dolor posible. Cuando menos así lo recuerdo en retrospectiva, no creo que se moviera así para causarse placer sino para causarme dolor. Para este momento, yo le apretaba la verga lo más que podía, aunque mis esfuerzos de aminorar los impactos eran inútiles.
De repente se detuvo. Iban a cambiar posiciones de nuevo. Ya estaba muy aturdida por el dolor así que no se la solté a tiempo y cuando jaló para sí casi me traigo todo el condón con la mano.
Hicieron el switching varias veces. Ambos fueron toscos, rudos, enérgicos, aunque más el segundo chico. En una de esas veces, cuando yo ya había logrado un orgasmo, nos las sacaron y nos pidieron que nos pusiéramos en cuatro. En esta postura nos cogieron haciendo cambios unas dos veces nada más. Recuerdo bien que lo último de esta posición fue que quedé con el segundo chico que no se conformaba con metérmela hasta topar con el rencor antes mencionado, sino que me tomaba de las caderas y me jalaba hacia sí, para que el impacto de la punta de su verga en el fondo de mi vagina fuera aún mayor.
Ocurrió algo a lo cual en el momento no le presté atención. Ambas estábamos gritando descompuesta y sonoramente mientras nos cogían de a perrito. Marthis le dijo a su compañero que era suficiente. Ya no podía, le estaban escurriendo las lágrimas por las mejillas.
El que estaba conmigo me pidió que me recostara sobre mi estómago, pensé que simplemente lo harías de ranita y ya. De nuevo estaba equivocada. Se acostó sobre mí, sí, como para ejecutar esa posición pero se recostó sobre su lado derecho y me jaló para que yo también quedara de costado dándole la espalda. Era una posición que yo casi nunca había probado. Me gustó la idea porque las nalgas no le permiten al hombre metértela toda. Por decirlo de alguna manera, sirven de colchón o de protección.
El negro se movió algunas veces causándome mucho placer, sí me la topaba pero, de verdad mis nalgas me servían de algún tipo de bloqueador. Entonces, el primer chico se recostó de costado frente a mí. El de atrás seguía moviéndose y el de enfrente se preparaba a penetrarme. No me dio miedo, me dio pavor. Lo primero que pensé sería que me harían sándwich para una doble penetración. No tengo nada en contra de las dobles penetraciones, sin embargo, no estaba dispuesta a tener sexo anal.
Levanté un poco la cabeza para ver a Marthis que se había colocado a mis pies como para tener mejor ángulo visual y algo le dije respecto a que no quería que me la fueran a meter por el ano. Recuerdo muy bien su reacción. Me enseñó las palmas de ambas manos y repitió suavemente la palabra “no” varias veces. Lo dijo de tal manera que me daba a entender que ellos no tenían esa intención y de que me relajara, como si ya hubiera pasado por esa experiencia con ellos o como si se hubieran puesto de acuerdo los tres de antemano respecto a lo que me harían.
No muy convencida dejé seguir el transcurso de las cosas. A cada empujón del de atrás, le seguía un grito mío, no eran realmente gemidos sino verdaderos gritos. Súbitamente, se detuvo, comencé a sentir como su pene se deslizaba fuera de mí sin perder la dureza. Cuando me la sacó toda, me tomó de las nalgas y me las abrió hasta causarme escozor en el ano, entonces el chico que se encontraba frente a mí, se me pegó más, se tomó la base del miembro y con la punta buscó mi orificio vaginal. Cuando lo encontró, me la fue metiendo poco a poco. También me topó pero esta otra posición tampoco permite que la penetración pueda ser demasiado violenta y franca.
Me abrazó por completo como para aprisionarme y empezó a moverse mientras me lamía el cuello y el oído. Mientras todo esto pasaba, comencé asentir que me penetraban el ano. Era una sensación conocida, así que no me alarmé más que al principio. Se trataba de un dedo. Por el grosor lo comprendí. El chico lo movía como si me explorara por dentro. Sus movimientos eran circulares. Tanta sensación me hizo explotar. Mi cerebro estalló en un orgasmo que me arrancó varios gritos acompañados de una abundante cantidad de lágrimas.
A partir de ese preciso instante, no pude dejar de llorar. Después de un par de minutos más de esa moción verga-dedo vagina-ano, se detuvieron y lentamente comenzaron a sacarme sus respectivos apéndices. Entonces me pidieron que me volteara para quedar frente al segundo chico y darle la espalda al primero. Así lo hice. Aquel, poco a poco comenzó a penetrarme y una vez que lo logró, hizo lo mismo que su amigo, me abrazó para aprisionarme y lamerme el cuello. Acto seguido, su compañero me abrió las nalgas y metió su dedo en mi ano.
Seguí llorando aunque comprendí que de nada serviría pedirles que se detuvieran. No muchas veces en mi vida me he sentido tan húmeda, no sólo del cuerpo sino hasta de la cara. Una cosa es que sudes de todo tu cuerpo y otra que entre el sudor, las lágrimas, la saliva de ellos y la propia tu cara esté empapada. De esta manera alcancé mi segundo orgasmo, esta vez más ahogado y menos enérgico que el primero.
Los negros me habrán visto que ya no podía más. Se detuvieron y me sacaron pene y dedo respectivamente. Sin hablarme, me voltearon boca arriba y el segundo chico se hincó a los lados de mi cabeza, mientras que el primero hizo lo propio pero entre mis piernas. Éste me tomó de las corvas y me levantó las extremidades lo más que pudo hasta que el que estaba en mi cabeza lo relevó, es decir, me tomó de las corvas para que el otro me soltara.
En esta posición, prácticamente lo único que lograba ver eran los huevos del que estaba en mi cabeza y quizá un poco su verga que con los empujones que yo estaba recibiendo me rozaban la nariz y la barbilla.
Comprendí que el propósito de esta nueva posición era la de que ellos terminaran y que ya sería lo último para mí, así que aguanté, llorando pero aguanté.
El chico que estaba dentro de mí se movió como máquina electrizada hasta que con un grito que me aturdió los tímpanos, logró la eyaculación. Me la sacó e inmediatamente me tomó de las corvas para que no bajara mis piernas y el otro muchacho se colocara en medio de ellas.
La historia se repitió. Este otro chico, se movió dentro de mí usando mi vagina únicamente como una herramienta para lograr la eyaculación. Yo estaba totalmente inmóvil debido a como me tenían entre ambos. El pene del chico que acababa de terminar dentro de mí y ahora tenía sus rodillas a los lados de mi cabeza, seguía emitiendo chorros de semen que caían sobre mi cara, desde la barbilla hasta la nariz.
Con la violencia y energía de este último volví a llorar con fuerza hasta que por fin terminó y me callé.
Durante el trayecto de regreso a mi hotel, los chicos nos pidieron que nos volviéramos a ver. Les dije que sí, aunque ya estaba a punto de regresar a mi ciudad junto con mis amigas pero, no quise discutir con ellos. Ya en el hotel se lo aclaré a Marthis, quien estuvo de acuerdo y le pareció acertada mi decisión. El haber llorado tanto, hizo que se me hincharan los ojos, el pretexto ideal para decirles a mis amigas cuando regresaran al hotel que me estaba dando gripa. Así que me enfundé en una piyama, me recosté en la cama, ya se me había secado bien el cabello porque nos habíamos bañado en la casa aquella y, me tapé.
Ahora sólo faltaba esperar a que llegaran mis amigas, probablemente eufóricas por haber visto la película de culto de más fama en el mundo y todo lo que rodea cada una de sus funciones. La vulva me punzaba pero estaba más que determinada a darle descanso, a pesar de los pesares, incluyendo a la rusa.
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